Por anteriores notas de éste espacio, me han hecho dar cuenta de la carga negativa que éstas acarrean. Tanto enojo y decepción resultó ser el desenlace de variadas experiencias laborales mientras uno quería hacer aquello que ama.
En una de las últimas charlas con mi mentor, ambos coincidimos en que yo no debería seguir formando parte de la empresa, pero primeramente tuvimos un conflicto de ideas: Hacer las cosas cueste lo que cueste o hacer las cosas bien. Uno de mis grandes y principales errores fue la crítica, la constante crítica, sin que se me haya solicitado mi opinión previamente.
Estoy seguro que para poder exigir primero hay que aportar. Aunque también entiendo que en la presión de ser aquel que, al fin de cuentas, le toca ver si los números del comercio son positivos o negativos, decide tomar diferentes caminos, incluso en contra de sus principios.
Acatar y callar, esa es (la otra) cuestión
Comenzar a dar resultados negativos, como consecuencia de sentirme pisoteado y no apoyado, parecía algo casi obvio, pero me rehúso a pensar que debería haberme callado y hacer las cosas cueste lo que cueste, porque personalmente me gusta hacer las cosas bien.
Una frase que se dijo, fue que se podía notar que yo aborrezco la hostería, y que debería dedicarme a otra cosa. Ese fue su último consejo. Yo solo pude mirarlo, porque no tenía palabras para contestar eso. Ahí fue cuando comprendí que aborrecía la hostelería, pero la barata, la que sólo pone el foco en la plata, en el dinero, cueste lo que cueste.
Toda cara trae consigo su contracara, y como es de esperar, por no tener muchas otras opciones, en este rubro solemos aceptar las dos versiones de ese todo. Pero claro, todo tiene un límite.
La gastronomía nos envuelve, nos conmueve, nos apasiona. Las personas que amamos la profesión, ya sea detrás de barra, en sala o en la cocina, tratamos de formarnos constantemente para realizar mejor nuestro trabajo, para hacer mejor aquello que nos gusta ser y hacer. Es verdad cuando se dice que ser gastronómico (que no es lo mismo que ser hostelero) es un estilo de vida. Porque es algo que consumimos, transformamos y transmitimos.
Hablo sobre mí y sobre mi círculo personal cuando digo que todo ese calor y presión, toda esa batalla a contrarreloj y profesionalismo, nos aviva ese fuego interno que nos hace amar cada despacho. Creo que una de las cosas que tenemos todos en común, es que buscamos constantemente transmitir esa pasión a cada uno de nuestros comensales. No buscamos dar de comer o dar de beber, no buscamos saciar el hambre o la sed. Buscamos generar una experiencia, y eso es lo más lindo, ese es el objetivo.
Poder contar una historia a través de una botella de vino, poder acompañar al comensal que explore y redescubra sus sentidos con un plato o un cóctel, y que éste se sumerja en algo más que alimentarse, es de verdad, maravilloso. ¡Y lo que nos queda por descubrir!
Es poético, como la vida misma. Cada Dr. Hekyll tiene su Mr. Hyde. A veces metafóricamente y otras no tanto, pero lo importante es identificarlo a tiempo:
A ver quien es el que termina predominando.